Fúi a un bazar esa tarde.
Fui porque mi hermana que siempre tenia la casa impecable
,con los adornos y las cortinas correctas, me dijo donde buscar aquello que creía
irremediablemente roto.
“…Un corazón?, si! Andá a lo de Eugenia, en la peatonal,
tiene unos muy lindos , de cerámica pintados a mano o sinó unos almohadoncitos
bordados que te pegan con todo lo que tengas en tu casa…”
La miré socarronamente, pero me hablaba en serio.
No tenía idea de cuanto había sufrido yo los últimos meses ,
de cuanto había llorado y es que no tenía idea porque no podía contárselo.
Como esposa y ama de casa mi corazón estaba asegurado se
suponía que ni el más fuerte de los vientos podía conmoverlo.
Como mujer , sabía que no era asi. Cobarde, seguí las
instrucciones de mi hermana y llené el comedor de corazoncitos nuevos, como si
con esa estupidez pudiera reparar el mío , que calladamente rodaba por la
vereda.
Recuerdo a mi vecina, Raquel, entrando a la cocina sin ver
nada , ni a mí ni a los putos corazones que adornaban la sala.
A mi hijo
,ensuciandolo todo recién llegado de jugar a la pelota, a mi marido ,preguntándome
que hice de cenar.
Salí, salí corriendo a proclamar que estaba viva que había
amado y que estaba sufriendo ( como si esperara algún premio por eso)